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Me comentaba Adolfo que nuestra página está quedando "de perlas". Y es cierto. Perla de uno por aquí, perla de otro por allá, entre todos, vamos logrando una muy digna web para nuestra querida Zarza. Esta ocasión, Adolfo envía cuatro con lo que le sugieren las imágenes de "Las 4 estaciones" de Jose Mari. Cuatro perlas: - Una, Verde Esmeralda, que en La Zarza es Verde Esperanza, otra Amarillo Oro, de pan y trigal; la otra de Bronce, amarillo desteñido, desvaído, azafranado, como nuestros cielos otoñales, moldeados a capricho; y otra perla Plata ceniza, con aristas,  perfiles y  brillos acarambanados, cambiantes según el momento,  que nos llama y espera para abrazarnos. - Lee y disfruta... Bonito, ¿verdad?... Precioso, ¿a que sí?...   Sin duda:  DE  PERLAS - Manolo - Julio 2003

 

  1. Primavera

  2. Verano

  3. Otoño

  4. Invierno

 

LA VERDE ESPERANZA VERDE

La primavera explota de madura en un ramo de cerezas, en una amapola que es el fuego floreciente para calentar a los trigales, en una cigüeña machacando el ajo o enseñando a aletear al cigüeño. Las crías de las cigüeñas son hijas del campanario porque por encima del campanario solamente el cielo azul y el remontarse en vuelo los pájaros.

La primavera es un regato con agua de nieve que logra que el campo vaya madurando al maraojo y vaya refrescando las fuentes. La primavera es un rebaño de ovejas ya trasquiladas y corderillos ya para saltar portillos. La primavera es ese verde oscuro de las encinas y ese verde claro de las laderas, y ya comienza a ser el verde de las zarzamoras aunque las moras maduren después, y el verde del musgo antes de que deje de ser verde. También el verde de los álamos, y de los chopos, y el verde de los robles, que es mucho más compacto, quizá para que dure más, como el de las encinas. Y el verde de las parras que es tan verde como el verde de la hiedra.

O sea, que el verde de La Zarza es el color esperanzador de un fruto que madurará después, entrando el verano, saliendo el verano, según sea manzana, almendra o uva.

Verde claro, verde oscuro, moteado por los amarillos silvestres de las margaritas, si, no, si no,  por los lilas de las campanillas, tilín, tilón, tilín tilón, por el morado del tomillo que sirve para regar la calle el día del Corpus, y el verde del sol cuando se cuela por entre las tupidas ramas verdes.

La primavera es un piar de pájaros, que algunos también son verdes, descansando en los alambres, revoloteando entre juncales, anidando entre las ramas, o en los aleros, o bajo las tejas.

La primavera en la Zarza es verde amarillo, verde azul,, verde amapola, verde trigal, verde rosa roja, amarilla, blanca, verde frescor de campo verde para poder explotar después en el caliente color pan. Que La Zarza es el verdor que a todos nos queda después de que haya pasado la primavera.

 

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UN VERANO EN EL TRIGAL

 Y es amarillo, de oro y pan, el trigal. Y es amarilla la parva, y amarillo el trigo, y el centeno amarillea con una mota de negro cornezuelo cuando se cuela. Yo iba por los sembradíos en pos del secreto cornezuelo porque alguien nos daba unas perras. Yo iba por los trigales en pos de huevos de perdices y en procura de perdigones o de gazapos. Yo iba a por nidos de tórtola y alguno que otro de oropéndola, y alguno que otro de verderón. Junto al sopor del campo, una fuente con liga para atrapar a los pájaros. Por las rendijas de las peñas, espiando lagartos.

En las eras, los trillos, y el barril con agua fresca, y el vino con la merienda de pan, chorizo y queso. Queso de oveja, queso de pasto verde y también amarillo, queso del pastor arreando la piara de acá para allá, también en invierno, también en verano. Queso con sabor a pasto y con sabor a agua de manantial.

Ahora son tractores, cosechadoras,  trilladoras, antes no. Antes eran gavillas, manojos, tornaderas, bieldos, carros arreados por bueyes. Antes había espigadoras, que eran las mujeres de quienes carecían de sembradíos. Ahora no. Ni siquiera molino para moler cerca hay, ni en el río hay molino.  Casi ni agua lleva el río en verano, que ni siquiera para bañarse llega, y necesaria siempre es el agua en verano, para refrescarse uno, para refrescar la tierra, para abrevar los animales, para espolvorearse las aves el plumaje.

Verano en agosto y San Lorenzo en verano. San Lorenzo que es calor de fiesta y calor de martirio. San Lorenzo que es ir de bar en bar para toparse con éste y aquel, con el que vino de lejos, con el que nunca se fue. San Lorenzo que es encuentro en verano para hablar de cuando éramos muchachos, ¿te acuerdas?, y de cuando dejamos de serlo. Verano para el recuerdo y para la nostalgia. Verano en Zarza de Pumareda.

 

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OTOÑO DENTRO Y FUERA

 Y el tiempo se hizo otoño, perezoso, llegando casi al final. El tiempo se hizo cansino, para sentarse a una solana y escuchar lo que fue del tiempo, lo que el pasado dejó entre las rendijas del recuerdo. Se hila en rueca, se varea la lana, se zurce el calcetín, se desgajan retales de ropa vieja para rehacer mantas nuevas, se acarrea leña para azuzar la lumbre, se amontona carbón para el brasero, se guarda el burro en la cuadra, el perro se acuesta a los pies, el suelo se alfombra de hojas, los árboles quedan desnudos.

Hay tiempo para contar en la solana porque el tiempo se detiene en otoño, se camina menos por las afueras, se alargan las noches y el viento azota.

El otoño no carece de vida sino que la vida descansa, la respiración se ralentiza, menos pesada, los pasos más lentos, la prisa se desvanece, las campanas suenan a eco, el atardecer feneciendo con colores cansados, todo transcurre con la lentitud del tiempo, cayendo el sol, también cansado, tras el teso.

La torre se ha quedado sin cigüeñas, los árboles frutales sin frutos, los no frutales sin hojas, los trigales sin trigo y sin amapolas, los pájaros sin nidos. La cosecha está a resguardo y los aperos de labranza colgando de los clavos, en las tenadas.

No se apresura el otoño, camina a su paso de atardecer, espera a que las heladas comiencen. Luce el ambiente color azafranado, un amarillo desteñido, desvaído, un verdor tirando a negro, unas tejas rojas amusgadas, un pastor que se acerca, el torreón con su veleta apuntando al fin del tiempo, dando la hora del atardecer. Hay una mujer otoñal sentada en el poyo, esperando no sabe si a que el otoño transite ante ella. Hay otra mujer rachando leña para amontonar en la cuadra. Hay un hombre detenido en una esquina, gacha la cabeza, gacha la mirada, gacha la boina. Hay un balcón sin tiestos y la ventana trancada. Hay un regato con agua estancada y un pilar a cuenta gotas. Casi no se ve bulla en otoño porque la vida descansa. También en la Zarza.

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LA IGLESIA EN INVIERNO 

 Y esa Iglesia que está ahí, suspendida en el invierno, en un día que existió y ya no es, en un frío de gasa ceniza y acarambanada, en un silencio casi mortal, como si no hubiera más tiempo que ese tiempo eterno y para siempre.

¿Qué hace ahí esa Iglesia esperando a los que se fueron, esperando a los que nos fuimos, esperando a quienes se irán, qué hace ahí esa Iglesia siempre esperando a que retornemos?

¿Qué hace ahí esa Iglesia arropada, escoltada por el ramaje friolento del árbol que recobrará vida verde cuando las cigüeñas vuelvan y cuando las campanas repiquen, y cuando haya un bautizo y se torne más blanca todavía, y cuando haya una boda y se vuelva más blanca todavía, y cuando los vencejos escurridizos se crucen en el campanario? ¿Qué hace ahí esa Iglesia guardando en el interior nuestros rezos calientes y secretos y nuestras escondidas ilusiones?.

Tiene la Iglesia de mi pueblo una curiosa seriedad que asombra. En invierno así, como se ve de hierática, en primavera como se ve de juvenil, en verano como se ve de retozona y en otoño como se ve de madura. No es una Iglesia cualquiera, es la Iglesia de mi pueblo, que es el alma de todos los que en ella entramos, que somos todos. Es la Iglesia construida con la piedra milenaria, pulida por los canteros cuando los canteros cincelaban la piedra con seriedad religiosa.

No es la Iglesia de mi pueblo de esas que lucen filigranas, es la iglesia de la seriedad sin trampa, que de pequeña que es nos alcanza para todos.

Cuando llego a la Zarza y entro en la Iglesia ya casi todo lo demás sobra porque en ella encuentro lo que busco, que es todo. Encuentro un padrenuestro, un avemaría y un pecado confesado. Y creo que perdonado. ¿No la ven qué ganas tiene de despertar para abrazarnos?

 

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Copyright © 2003

Textos:

  Adolfo Carreto Hernández

Imágenes:

  Jose Mari Hernández  ( Las 4 estaciones )

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